1 El arte: desgracia, belleza y amor.
La belleza es una fuente de conocimiento diferente a la vía del intelecto, de la ciencia, para Simone Weil, no obstante, arte, ciencia, ética se relacionan mediante una mística que aparece como el núcleo de una cultura que permite hacer frente a los males que sufre el hombre occidental, males que se relacionan con la falta de raíces, con el debilitamiento de la capacidad de aceptar la desgracia, de afrontar los problemas que el hombre encuentra en su vida, con la perdida de la capacidad de sufrir y de hacer de este sufrimiento llave de conocimiento. Simone Weil frente a esto, propone recuperar el amor impersonal, lo sagrado del ser humano frente a la idolatría y el culto de uno mismo, el egotismo propio de un hedonismo solipcista que sólo tiene en cuenta la expansión de la personalidad propia, la búsqueda de los intereses personales. Ambas formas, egoísmo e idolatría, son fruto de la mentira y conducen a la soledad, al aislamiento, al miedo al vacío propio, producen o bien dependencia o bien insensibilidad moral por la desgracia del otro. Frente a ello, no hay que tener miedo a la soledad, sino hacer de ella una aliada que permita el surgir de una atención, que más allá del tiempo y del espacio, posibilite al hombre arraigarse, buscar en lo impersonal el bien, y de dicho bien, sacar energía. No subordinar el propio destino a lo que haya ocurrido en la historia, tomar distancia para comprenderla, afrontar los problemas por uno mismo. Lo que uno conoce es su circunstancia, pero nada se tiene a priori, y nada es para siempre, los problemas son fruto de los errores de la pasión, del deseo que aniquila las alas. Frente a ello, queda la alegría de no ser nada, plenitud de una alegría donde no hay ningún yo, ya que todo yo es sufrimiento, resultado de no ser capaces de aceptar la soledad y el vacío: ser que al sufrir percibe su vació, vacío que le conduce a reproducir su sufrimiento. Hay que sufrir hasta matar el yo, toda muerte conlleva una nueva vida, donde el amor permite amar de nuevo, la ciudad, el mar, lo admirable que hay en una persona,1lo bello.
Lo bello, la verdad en tanto que contacto con la desgracia y el bien son medios, metaxus que han de permitir al hombre encontrar el equilibrio, aún en el peor de los desequilibrios, pero no desde la voluntad, sino desde una atención que es puro amor, desde un deseo orientado a lo ilimitado, a lo trascendente, desde la renuncia al yo egoísta, mediante un ¨esfuerzo orientado hacia los valores de lo verdadero, lo bello y lo bueno inscritos en la realidad, lo cual solo se percibe plenamente desde la renuncia a la proyección subjetiva sobre el mundo.¨ 2 Hay que encontrar un equilibrio entre aquello de lo que uno depende y la libertad, libertad que es la capacidad de superar la dependencia mediante un pensamiento de la acción que precede a la acción. 3Hay que aceptar el vacío que hay en cada uno para que el pensamiento se renueve desde lo impensado que permite pensar, recordar, hacer de la desgracia suelo fértil donde crezca la gracia, forma que permita alumbrar el orden propio de la belleza del mundo, transformar el mundo al desvelarlo, no desde el miedo que encadena, sino mediante la alegría que libera, búsqueda de la armonía en medio del grito, de la angustia, desde un amor que engendra luz y belleza,4aquello que religa de nuevo lo que estaba separado. Lo bello, como a priori existencial, aparece como medio que permite al hombre relacionarse con la realidad dando más sentido a su vida, hace de los problemas que el hombre encuentra en su relación consigo mismo, con los demás y con su medio, forma de conocimiento, aprendizaje, brújula que permite al hombre salir del laberinto de las pasiones destructivas que lo llevan a perder su camino, a ser incapaz de volver sobre sus pasos, y dirigirse a algún sitio concreto, cuando anda vagabundo y desvalido sin saber a donde. Lo bello es la herida, es el capullo de donde nacen mariposas mediante un amor que es la mirada del alma, amor como nota secreta que al vibrar hace que consintamos a todo lo que ocurre en el mundo como un bien. Lo que salva o pierde es algo infinitamente pequeño,5el grano de mostaza, la levadura del pan, lo divino que hay en cada uno, aquello que mediante la soledad. el hombre busca en su interior como cambio de orientación total de su alma hacia el bien.
Hacer de la vida algo bello, buscar el todo sin detenerse, hacer de la herida, de la perdida de aquello que el hombre quería un intermediario para alcanzar la realidad, 6consentir a la desgracia, a la ausencia, hacer de la espera una forma de que entre la luz, esperar a que amanezca, no buscar el bien fuera, en tanto que ya está dentro: no será o ya ha sido, ya es. Romper el desequilibrio que hace que el hombre sea marioneta de un juego de fuerzas que no controla, para eso, sentir todo el universo como un segundo cuerpo por amor.7 Lo bello es lo inmutable, no lo generado, finalidad sin fin representable, sin objeto, ya que su fin, transcendente, es la propia belleza del mundo que supone el conjunto de los medios empleados para la recreación de la propia vida, para aceptar de la desgracia y la perdida, que también, es una forma de evolución, de crecimiento, de hacer frente a las necesidades del alma, de expandirse interiormente y cambiar las condiciones en las que se desarrolla la existencia. Creación como arte del amor, como forma de rehabilitar el vínculo entre el hombre y su realidad, del espíritu como la relación que mantiene el hombre con el mundo,8 como puentes que hacen del deseo medio de regeneración interior y práctica de vuelta al mundo, amor como respeto a los demás y a uno mismo que permite desarrollar aquella sensibilidad que germina y crece como medio de curación del alma.9 Arte como forma de reproducir el orden del mundo desde uno mismo, orientando el deseo no hacia lo ocurrido o hacia lo que ocurrirá, sino hacia un presente que permite hacer del tiempo un círculo que relaciona lo sido con lo que será sin quedar anclado, fijado, a ninguno de los dos polos,¨ cuando observamos esa equivalencia del futuro y el pasado, estamos atravesando el tiempo hasta la eternidad, y, liberados así del deseo orientado hacia el futuro, no estamos liberando también de la imaginación que lo acompaña y que es nuestra única fuente de error y de engaño¨10. Arte que permite controlar la relación que cada uno mantiene con el tiempo para que el tiempo no lo controle a él, de tal forma que el alma suba hacia lo alto, gracia que permite hacer frente a la gravedad de aquello que tira hacia abajo, el deseo ilimitado, las pasiones destructivas. Dicha forma es la armonía que permite al hombre controlar sus necesidades mediante su inteligencia, persuasión, dulzura de amor puro de aquel que ha escondido su corazón más allá de este mundo por amor, aquel capaz de volver su mirada y su deseo hacia aquello que no tiene nombre, y que está más allá de todas las convenciones sociales e idolatrías. Para ello, el a priori no es la voluntad, el querer, sino un deseo capaz de renunciar a un deseo más bajo para encontrar otro más importante, forma de hacer de la caída donación, forma de sanar las conexiones mentales rotas tras los ¨ crujidos ¨ propios a la toma de contacto con la desgracia, capacidad de relacionar lo que se piensa con la naturaleza originaria de donde surge lo pensado. Ciencia de las pasiones humanas, del amor que estudia la totalidad de la realidad psicológica del hombre en torno a lo que limita, y a lo ilimitado, ciencia y belleza que se mueven entre la necesidad y el bien, sin confundir ambos planos. Catarsis como consolación y aceptación de la fatalidad, no ir de la necesidad hacia el bien como plantea el socialismo de Antonio Gramsci y en general el marxismo, sino ir de la necesidad sufrida a la manejada mediante la comprensión del entramado de causas y efectos que producen la angustia del hombre, aceptación sin más de toda la carga de desdicha y de dolor, pero también de belleza y alegría, que habita en la vida. La belleza es el único valor universalmente reconocible que existe,11y lo único que permite hacer frente al mecanismo ciego e implacable de la necesidad, mediante una providencia que aparece como sumisión sin violencia a la sabiduría amante, al amor que ilumina y alumbra en las demás almas un amor similar, aquel que hace coincidir los elementos que parecían más enemigos, más enfrentados, mediante la gestión del ritmo y del tiempo, de tal forma que lleguen a un acuerdo que integra las diferencias en un nivel diferente. En tal sentido, la música es la ciencia de las tendencias amorosas relativas a la armonía y al ritmo en las relaciones humanas. Del amor desmesurado hay que ir a la moderación mediante el bien. Curar los males mediante un amor que puede ser causante del ennegrecimiento del alma, el mal amor, la pena negra o melancolía; o el médico de esos mismos males, amor capaz de curar el mal y el pecado. Cada hombre es un símbolo, dónde lo más oculto aparece como lo más manifiesto, un ser que busca y es, una contraseña, persona capaz de dar respuesta a la radical insuficiencia del ser, a su abandono, como renacer en una unidad que supera la separación del sujeto y del objeto, unidad de quien se conoce a si mismo, y se ama como apertura al otro en radical escucha. La integridad que se consigue por el amor es superior a la que se había perdido en nombre de la falta. Se introduce en el alma, en la consciencia, permite recuperar la fluidez y el equilibrio, alumbrar lo bello, hacer de la memoria dolorosa creación, belleza. Amor que no comete injusticia, la violencia no le toca, ya que por amor a escondido su alma, para ser, ha dejado de ser. Ni hace ni padece, sino que consiente a todas las heridas que le causan el orden de los acontecimientos,12una vez que ha tomado en cuenta que el valor del hombre tiene más que ver con la manera en que hace frente a los problemas que encuentra en su vida, que por la altura de sus obras o el valor de su talento. El hombre es responsable de la forma en que hace frente sus problemas, pero no siempre del éxito respecto a aquello que se propone, ya que hay valores y factores externos que no controla.
En el caso del arte, no se trata de un conocimiento que permita hacer frente a las contradicciones, a los problemas, mediante la razón, de hecho los excesos de la razón son uno de los principales causantes de los males del hombre moderno: la locura es más un exceso que una falta de razón. El arte permite gestionar las emociones, aprender a partir de ellas, pues no son sino un indicador de la relación mantenida con la realidad. Su objeto es una belleza que aparece como un consuelo, amor que permite colocar a cada uno su corazón y su tesoro mal allá del alcance de todo mal, de toda fuerza y mentira. Virtud que sólo conmueve cuando es bella,13belleza que conmueve, interesa y acerca a lo real. Cuando desaparece la armonía, aparecen los dolores, 14un schock que rompe la mediación, el espacio vacío, el entre, que relaciona al hombre con lo real, y a los hombres entre si. Frente a ello hay que recuperar la capacidad de mantener la distancia, el libre consentimiento y disposición hacia los seres animados, el control de los deseos particulares para reencontrar un equilibrio dentro del desequilibrio, yendo de lo que separa mediante la imposición y la dominación de un yo que no despega, pues está preso de la gravedad de lo ocurrido, a una inteligencia que forma una imagen de la relación que existe entre el objeto contemplado y la mirada que lo contempla, atención capaz de leer en la realidad las relaciones que en ella se producen, aceptando todo cuanto existe incluido el mal, a no ser que sea posible impedirlo.15Mirada que hace del sufrimiento fuente de conocimiento, recuerdo que permite recuperar la alegría frente a aquella tristeza que cuando habita el corazón demasiado tiempo vuelve loco al hombre. Belleza que permite recordar imágenes de realidades que muestran lo perenne, la raíz que permite arraigar al hombre más allá de los baños calientes de casa, de las zonas de seguridad propias del miedo y la dependencia. Raíces que nacen en el cielo, tierra de donde surge un espíritu que es donación y renuncia, pobreza y abundancia, alma que ni sufre violencia ni la ejerce en contra de nadie, ser que, ¨si no renuncia a amar, un día acabará escuchando, no ya una respuesta por lo que clama, pues tal respuesta no existe, sino el silencio mismo como algo más pleno de sentido que cualquier respuesta¨.16
Para ello, hay que hacer de la locura que conlleva todo amor, no algo que pierda de dicho pasado o deje obsesionado con lo que ocurrió, sino forma de conocimiento. Lo que obsesiona es aquello que no es propio sino fruto de que el otro, o lo otro, ha interferido en uno mismo separando al hombre de lo que es. Las malas compañías llevan a inclinarse hacia la injusticia, a olvidar lo bueno que se ha vivido, a perder la escala de valores de uno mismo, que termina por culpar al otro de los problemas propios, lo que crea mala sangre en la cabeza, pierde al hombre y deja heridas que no cicatrizan, se hacen patológicas. Frente a ello, de lo que se trata es tanto de reorientar la mirada hacia lo que ha de ser visto, como de mantener una tensión con lo real que permita no caer en el tedio, todo ello con objeto de reencontrar un equilibrio que se iguala al bien y que permite aceptar la verdad por muy amarga que esta sea. Equilibrio que no tiene tanto que ver con la relación que aparece entre el pensamiento y la acción, como con una ciencia del deseo y las pasiones humanas basada en la espera, en la búsqueda interior que libera de las cadenas exteriores, en la búsqueda de un lugar primigenio donde el hombre se encuentra intacto, lugar donde nada ni nadie puede hacerle daño. Principio rector que permite guiarse por la vida de forma sana y equilibrada, belleza que permite superar dicho sufrimiento mediante una catarsis que empieza por el reconocimiento del dolor como llave de sabiduría, no el dolor que se busca por romanticismo o de forma masoquista, sino aquel que todo hombre encuentra en su vida.
Después del choque con la realidad, el dolor, el estremecimiento y la angustia no son sino los espantos propios de la caída. Si se acepta y al mismo tiempo se pone toda el alma en el amor, siempre que ese amor sea puro, se empieza a recibir un riego, un flujo que primero calienta y después riega la esencia rompiendo la esclerosis que impide el surgimiento de las alas, al alma brota, se desborda, hace que caigan las cadenas y la persona anda. A partir de esta filosofía platónica es posible desarrollar una teoría psico-fisiológica de los fenómenos que acompañan a la gracia frente a la gravedad, frente al miedo y los deseos ficticios que están en la mayor parte de ocasiones en el centro de los problemas del hombre. La fealdad, el amor posesivo o dominante, la mentira y la perdida de amor de si, hacen perecer al ánimo y caer en el vicio, en las garras de la gravedad, en los bloqueos emocionales que impiden al hombre contemplarse y contemplar el mundo a través de si. Por el contrario, manteniendo la calma, con la ayuda de la abstracción, el espíritu permite transmutar la energía que viene de fuera en clorofila, alimento, abono, luz que ilumina pero no quema, palabras que reconcilian con el silencio y acallan los gritos que moran en el olvido de si, del otro. Aparecen palabras que ayudan a vivir y que son atributo de lo mejor que hay en cada uno, palabras que se entregan como un regalo, una ofrenda que más allá del yo o del nosotros, relacionan a los seres con lo que están viviendo en un nivel distinto, más pleno, sereno, profundo, aéreo. Son palabras equivalentes a silencio, frente aquellas palabras a destiempo fruto de los miedos que hacen de la historia una competición irracional, situación donde el otro siempre es el motivo de lo que uno hace, de las propias faltas. Los hombres cuando están presos de las pasiones que no controlan, chocan, se destruyen los unos a los otros, la mayor parte de ocasiones en guerras y competiciones absurdas y sin motivo. Para limitar dicha competición hay que aprender a no odiar ni desear, en relación a la pasiones humanas: comprender. Imaginar una salida a los laberintos de narciso, belleza que permite ir más allá de la frialdad, del grado cero de la locura, del punto muerto que uno no ve de si mismo, ya que el ojo ve pero no es visto, y lo que no se supera o se esconde de uno mismo, siempre acaba por aparecer. Capacidad para ser mirado sin mirar, mirada que describe la belleza como lo más manifiesto, luz de luna que ilumina de forma tenue y no quema. Salida del laberinto como la única batalla realmente importante, la que cada uno desarrolla consigo mismo, la única digna de ser llevada a cabo a lo largo de toda una vida.
El amor degradado llenará al hombre de olvido, sino cambia la perspectiva sobre lo que ha sucedido, repetirá lo mismo en diferentes situaciones, caerá en bucles de los que no será capaz de salir, reproducirá un equilibrio catastrófico al pensar que la realidad ya es equilibrio, o verá un equilibrio pasado como la necesidad del presente, dejará la mirada clavada en lo sido o la imaginación en lo que será, perderá la tensión esencial con la vida y pasarán las cosas como sombras dentro de la caverna. Frente a ello, hay que salir de la caverna, de los miedos y deseos infundados, mediante la ayuda de lo sagrado que ya habita en cada ser. Mediante ideas, relaciones que surgen al unificar la multitud de sensaciones de un ser en torsión consigo mismo que relaciona lo profundo que habita en si con una visión general de la propia vida, de tal forma que sea posible mejorar la trayectoria de uno mismo de forma consciente, de evolucionar, de ver el valor de las cosas tomadas en su conjunto, de superar la angustia teniendo en cuenta que en los asuntos humanos no hay males o bienes infinitos, eternos, sino que en el caso del hombre, sino se remedia, lo único infinito es la falta de bien. De lo que se trata es de no dejar de nadar aunque parezca que está todo perdido, hacer del amor una fuente de agua que circula en el estanque de la vida, aceptando la desgracia, lo pasado, para ir de lo mismo que se repite en diferentes situaciones, a una realidad nueva, igual que la anterior, pero más plena.
La belleza es una fuente de conocimiento diferente a la vía del intelecto, de la ciencia, para Simone Weil, no obstante, arte, ciencia, ética se relacionan mediante una mística que aparece como el núcleo de una cultura que permite hacer frente a los males que sufre el hombre occidental, males que se relacionan con la falta de raíces, con el debilitamiento de la capacidad de aceptar la desgracia, de afrontar los problemas que el hombre encuentra en su vida, con la perdida de la capacidad de sufrir y de hacer de este sufrimiento llave de conocimiento. Simone Weil frente a esto, propone recuperar el amor impersonal, lo sagrado del ser humano frente a la idolatría y el culto de uno mismo, el egotismo propio de un hedonismo solipcista que sólo tiene en cuenta la expansión de la personalidad propia, la búsqueda de los intereses personales. Ambas formas, egoísmo e idolatría, son fruto de la mentira y conducen a la soledad, al aislamiento, al miedo al vacío propio, producen o bien dependencia o bien insensibilidad moral por la desgracia del otro. Frente a ello, no hay que tener miedo a la soledad, sino hacer de ella una aliada que permita el surgir de una atención, que más allá del tiempo y del espacio, posibilite al hombre arraigarse, buscar en lo impersonal el bien, y de dicho bien, sacar energía. No subordinar el propio destino a lo que haya ocurrido en la historia, tomar distancia para comprenderla, afrontar los problemas por uno mismo. Lo que uno conoce es su circunstancia, pero nada se tiene a priori, y nada es para siempre, los problemas son fruto de los errores de la pasión, del deseo que aniquila las alas. Frente a ello, queda la alegría de no ser nada, plenitud de una alegría donde no hay ningún yo, ya que todo yo es sufrimiento, resultado de no ser capaces de aceptar la soledad y el vacío: ser que al sufrir percibe su vació, vacío que le conduce a reproducir su sufrimiento. Hay que sufrir hasta matar el yo, toda muerte conlleva una nueva vida, donde el amor permite amar de nuevo, la ciudad, el mar, lo admirable que hay en una persona,1lo bello.
Lo bello, la verdad en tanto que contacto con la desgracia y el bien son medios, metaxus que han de permitir al hombre encontrar el equilibrio, aún en el peor de los desequilibrios, pero no desde la voluntad, sino desde una atención que es puro amor, desde un deseo orientado a lo ilimitado, a lo trascendente, desde la renuncia al yo egoísta, mediante un ¨esfuerzo orientado hacia los valores de lo verdadero, lo bello y lo bueno inscritos en la realidad, lo cual solo se percibe plenamente desde la renuncia a la proyección subjetiva sobre el mundo.¨ 2 Hay que encontrar un equilibrio entre aquello de lo que uno depende y la libertad, libertad que es la capacidad de superar la dependencia mediante un pensamiento de la acción que precede a la acción. 3Hay que aceptar el vacío que hay en cada uno para que el pensamiento se renueve desde lo impensado que permite pensar, recordar, hacer de la desgracia suelo fértil donde crezca la gracia, forma que permita alumbrar el orden propio de la belleza del mundo, transformar el mundo al desvelarlo, no desde el miedo que encadena, sino mediante la alegría que libera, búsqueda de la armonía en medio del grito, de la angustia, desde un amor que engendra luz y belleza,4aquello que religa de nuevo lo que estaba separado. Lo bello, como a priori existencial, aparece como medio que permite al hombre relacionarse con la realidad dando más sentido a su vida, hace de los problemas que el hombre encuentra en su relación consigo mismo, con los demás y con su medio, forma de conocimiento, aprendizaje, brújula que permite al hombre salir del laberinto de las pasiones destructivas que lo llevan a perder su camino, a ser incapaz de volver sobre sus pasos, y dirigirse a algún sitio concreto, cuando anda vagabundo y desvalido sin saber a donde. Lo bello es la herida, es el capullo de donde nacen mariposas mediante un amor que es la mirada del alma, amor como nota secreta que al vibrar hace que consintamos a todo lo que ocurre en el mundo como un bien. Lo que salva o pierde es algo infinitamente pequeño,5el grano de mostaza, la levadura del pan, lo divino que hay en cada uno, aquello que mediante la soledad. el hombre busca en su interior como cambio de orientación total de su alma hacia el bien.
Hacer de la vida algo bello, buscar el todo sin detenerse, hacer de la herida, de la perdida de aquello que el hombre quería un intermediario para alcanzar la realidad, 6consentir a la desgracia, a la ausencia, hacer de la espera una forma de que entre la luz, esperar a que amanezca, no buscar el bien fuera, en tanto que ya está dentro: no será o ya ha sido, ya es. Romper el desequilibrio que hace que el hombre sea marioneta de un juego de fuerzas que no controla, para eso, sentir todo el universo como un segundo cuerpo por amor.7 Lo bello es lo inmutable, no lo generado, finalidad sin fin representable, sin objeto, ya que su fin, transcendente, es la propia belleza del mundo que supone el conjunto de los medios empleados para la recreación de la propia vida, para aceptar de la desgracia y la perdida, que también, es una forma de evolución, de crecimiento, de hacer frente a las necesidades del alma, de expandirse interiormente y cambiar las condiciones en las que se desarrolla la existencia. Creación como arte del amor, como forma de rehabilitar el vínculo entre el hombre y su realidad, del espíritu como la relación que mantiene el hombre con el mundo,8 como puentes que hacen del deseo medio de regeneración interior y práctica de vuelta al mundo, amor como respeto a los demás y a uno mismo que permite desarrollar aquella sensibilidad que germina y crece como medio de curación del alma.9 Arte como forma de reproducir el orden del mundo desde uno mismo, orientando el deseo no hacia lo ocurrido o hacia lo que ocurrirá, sino hacia un presente que permite hacer del tiempo un círculo que relaciona lo sido con lo que será sin quedar anclado, fijado, a ninguno de los dos polos,¨ cuando observamos esa equivalencia del futuro y el pasado, estamos atravesando el tiempo hasta la eternidad, y, liberados así del deseo orientado hacia el futuro, no estamos liberando también de la imaginación que lo acompaña y que es nuestra única fuente de error y de engaño¨10. Arte que permite controlar la relación que cada uno mantiene con el tiempo para que el tiempo no lo controle a él, de tal forma que el alma suba hacia lo alto, gracia que permite hacer frente a la gravedad de aquello que tira hacia abajo, el deseo ilimitado, las pasiones destructivas. Dicha forma es la armonía que permite al hombre controlar sus necesidades mediante su inteligencia, persuasión, dulzura de amor puro de aquel que ha escondido su corazón más allá de este mundo por amor, aquel capaz de volver su mirada y su deseo hacia aquello que no tiene nombre, y que está más allá de todas las convenciones sociales e idolatrías. Para ello, el a priori no es la voluntad, el querer, sino un deseo capaz de renunciar a un deseo más bajo para encontrar otro más importante, forma de hacer de la caída donación, forma de sanar las conexiones mentales rotas tras los ¨ crujidos ¨ propios a la toma de contacto con la desgracia, capacidad de relacionar lo que se piensa con la naturaleza originaria de donde surge lo pensado. Ciencia de las pasiones humanas, del amor que estudia la totalidad de la realidad psicológica del hombre en torno a lo que limita, y a lo ilimitado, ciencia y belleza que se mueven entre la necesidad y el bien, sin confundir ambos planos. Catarsis como consolación y aceptación de la fatalidad, no ir de la necesidad hacia el bien como plantea el socialismo de Antonio Gramsci y en general el marxismo, sino ir de la necesidad sufrida a la manejada mediante la comprensión del entramado de causas y efectos que producen la angustia del hombre, aceptación sin más de toda la carga de desdicha y de dolor, pero también de belleza y alegría, que habita en la vida. La belleza es el único valor universalmente reconocible que existe,11y lo único que permite hacer frente al mecanismo ciego e implacable de la necesidad, mediante una providencia que aparece como sumisión sin violencia a la sabiduría amante, al amor que ilumina y alumbra en las demás almas un amor similar, aquel que hace coincidir los elementos que parecían más enemigos, más enfrentados, mediante la gestión del ritmo y del tiempo, de tal forma que lleguen a un acuerdo que integra las diferencias en un nivel diferente. En tal sentido, la música es la ciencia de las tendencias amorosas relativas a la armonía y al ritmo en las relaciones humanas. Del amor desmesurado hay que ir a la moderación mediante el bien. Curar los males mediante un amor que puede ser causante del ennegrecimiento del alma, el mal amor, la pena negra o melancolía; o el médico de esos mismos males, amor capaz de curar el mal y el pecado. Cada hombre es un símbolo, dónde lo más oculto aparece como lo más manifiesto, un ser que busca y es, una contraseña, persona capaz de dar respuesta a la radical insuficiencia del ser, a su abandono, como renacer en una unidad que supera la separación del sujeto y del objeto, unidad de quien se conoce a si mismo, y se ama como apertura al otro en radical escucha. La integridad que se consigue por el amor es superior a la que se había perdido en nombre de la falta. Se introduce en el alma, en la consciencia, permite recuperar la fluidez y el equilibrio, alumbrar lo bello, hacer de la memoria dolorosa creación, belleza. Amor que no comete injusticia, la violencia no le toca, ya que por amor a escondido su alma, para ser, ha dejado de ser. Ni hace ni padece, sino que consiente a todas las heridas que le causan el orden de los acontecimientos,12una vez que ha tomado en cuenta que el valor del hombre tiene más que ver con la manera en que hace frente a los problemas que encuentra en su vida, que por la altura de sus obras o el valor de su talento. El hombre es responsable de la forma en que hace frente sus problemas, pero no siempre del éxito respecto a aquello que se propone, ya que hay valores y factores externos que no controla.
En el caso del arte, no se trata de un conocimiento que permita hacer frente a las contradicciones, a los problemas, mediante la razón, de hecho los excesos de la razón son uno de los principales causantes de los males del hombre moderno: la locura es más un exceso que una falta de razón. El arte permite gestionar las emociones, aprender a partir de ellas, pues no son sino un indicador de la relación mantenida con la realidad. Su objeto es una belleza que aparece como un consuelo, amor que permite colocar a cada uno su corazón y su tesoro mal allá del alcance de todo mal, de toda fuerza y mentira. Virtud que sólo conmueve cuando es bella,13belleza que conmueve, interesa y acerca a lo real. Cuando desaparece la armonía, aparecen los dolores, 14un schock que rompe la mediación, el espacio vacío, el entre, que relaciona al hombre con lo real, y a los hombres entre si. Frente a ello hay que recuperar la capacidad de mantener la distancia, el libre consentimiento y disposición hacia los seres animados, el control de los deseos particulares para reencontrar un equilibrio dentro del desequilibrio, yendo de lo que separa mediante la imposición y la dominación de un yo que no despega, pues está preso de la gravedad de lo ocurrido, a una inteligencia que forma una imagen de la relación que existe entre el objeto contemplado y la mirada que lo contempla, atención capaz de leer en la realidad las relaciones que en ella se producen, aceptando todo cuanto existe incluido el mal, a no ser que sea posible impedirlo.15Mirada que hace del sufrimiento fuente de conocimiento, recuerdo que permite recuperar la alegría frente a aquella tristeza que cuando habita el corazón demasiado tiempo vuelve loco al hombre. Belleza que permite recordar imágenes de realidades que muestran lo perenne, la raíz que permite arraigar al hombre más allá de los baños calientes de casa, de las zonas de seguridad propias del miedo y la dependencia. Raíces que nacen en el cielo, tierra de donde surge un espíritu que es donación y renuncia, pobreza y abundancia, alma que ni sufre violencia ni la ejerce en contra de nadie, ser que, ¨si no renuncia a amar, un día acabará escuchando, no ya una respuesta por lo que clama, pues tal respuesta no existe, sino el silencio mismo como algo más pleno de sentido que cualquier respuesta¨.16
Para ello, hay que hacer de la locura que conlleva todo amor, no algo que pierda de dicho pasado o deje obsesionado con lo que ocurrió, sino forma de conocimiento. Lo que obsesiona es aquello que no es propio sino fruto de que el otro, o lo otro, ha interferido en uno mismo separando al hombre de lo que es. Las malas compañías llevan a inclinarse hacia la injusticia, a olvidar lo bueno que se ha vivido, a perder la escala de valores de uno mismo, que termina por culpar al otro de los problemas propios, lo que crea mala sangre en la cabeza, pierde al hombre y deja heridas que no cicatrizan, se hacen patológicas. Frente a ello, de lo que se trata es tanto de reorientar la mirada hacia lo que ha de ser visto, como de mantener una tensión con lo real que permita no caer en el tedio, todo ello con objeto de reencontrar un equilibrio que se iguala al bien y que permite aceptar la verdad por muy amarga que esta sea. Equilibrio que no tiene tanto que ver con la relación que aparece entre el pensamiento y la acción, como con una ciencia del deseo y las pasiones humanas basada en la espera, en la búsqueda interior que libera de las cadenas exteriores, en la búsqueda de un lugar primigenio donde el hombre se encuentra intacto, lugar donde nada ni nadie puede hacerle daño. Principio rector que permite guiarse por la vida de forma sana y equilibrada, belleza que permite superar dicho sufrimiento mediante una catarsis que empieza por el reconocimiento del dolor como llave de sabiduría, no el dolor que se busca por romanticismo o de forma masoquista, sino aquel que todo hombre encuentra en su vida.
Después del choque con la realidad, el dolor, el estremecimiento y la angustia no son sino los espantos propios de la caída. Si se acepta y al mismo tiempo se pone toda el alma en el amor, siempre que ese amor sea puro, se empieza a recibir un riego, un flujo que primero calienta y después riega la esencia rompiendo la esclerosis que impide el surgimiento de las alas, al alma brota, se desborda, hace que caigan las cadenas y la persona anda. A partir de esta filosofía platónica es posible desarrollar una teoría psico-fisiológica de los fenómenos que acompañan a la gracia frente a la gravedad, frente al miedo y los deseos ficticios que están en la mayor parte de ocasiones en el centro de los problemas del hombre. La fealdad, el amor posesivo o dominante, la mentira y la perdida de amor de si, hacen perecer al ánimo y caer en el vicio, en las garras de la gravedad, en los bloqueos emocionales que impiden al hombre contemplarse y contemplar el mundo a través de si. Por el contrario, manteniendo la calma, con la ayuda de la abstracción, el espíritu permite transmutar la energía que viene de fuera en clorofila, alimento, abono, luz que ilumina pero no quema, palabras que reconcilian con el silencio y acallan los gritos que moran en el olvido de si, del otro. Aparecen palabras que ayudan a vivir y que son atributo de lo mejor que hay en cada uno, palabras que se entregan como un regalo, una ofrenda que más allá del yo o del nosotros, relacionan a los seres con lo que están viviendo en un nivel distinto, más pleno, sereno, profundo, aéreo. Son palabras equivalentes a silencio, frente aquellas palabras a destiempo fruto de los miedos que hacen de la historia una competición irracional, situación donde el otro siempre es el motivo de lo que uno hace, de las propias faltas. Los hombres cuando están presos de las pasiones que no controlan, chocan, se destruyen los unos a los otros, la mayor parte de ocasiones en guerras y competiciones absurdas y sin motivo. Para limitar dicha competición hay que aprender a no odiar ni desear, en relación a la pasiones humanas: comprender. Imaginar una salida a los laberintos de narciso, belleza que permite ir más allá de la frialdad, del grado cero de la locura, del punto muerto que uno no ve de si mismo, ya que el ojo ve pero no es visto, y lo que no se supera o se esconde de uno mismo, siempre acaba por aparecer. Capacidad para ser mirado sin mirar, mirada que describe la belleza como lo más manifiesto, luz de luna que ilumina de forma tenue y no quema. Salida del laberinto como la única batalla realmente importante, la que cada uno desarrolla consigo mismo, la única digna de ser llevada a cabo a lo largo de toda una vida.
El amor degradado llenará al hombre de olvido, sino cambia la perspectiva sobre lo que ha sucedido, repetirá lo mismo en diferentes situaciones, caerá en bucles de los que no será capaz de salir, reproducirá un equilibrio catastrófico al pensar que la realidad ya es equilibrio, o verá un equilibrio pasado como la necesidad del presente, dejará la mirada clavada en lo sido o la imaginación en lo que será, perderá la tensión esencial con la vida y pasarán las cosas como sombras dentro de la caverna. Frente a ello, hay que salir de la caverna, de los miedos y deseos infundados, mediante la ayuda de lo sagrado que ya habita en cada ser. Mediante ideas, relaciones que surgen al unificar la multitud de sensaciones de un ser en torsión consigo mismo que relaciona lo profundo que habita en si con una visión general de la propia vida, de tal forma que sea posible mejorar la trayectoria de uno mismo de forma consciente, de evolucionar, de ver el valor de las cosas tomadas en su conjunto, de superar la angustia teniendo en cuenta que en los asuntos humanos no hay males o bienes infinitos, eternos, sino que en el caso del hombre, sino se remedia, lo único infinito es la falta de bien. De lo que se trata es de no dejar de nadar aunque parezca que está todo perdido, hacer del amor una fuente de agua que circula en el estanque de la vida, aceptando la desgracia, lo pasado, para ir de lo mismo que se repite en diferentes situaciones, a una realidad nueva, igual que la anterior, pero más plena.